Comentario
La fundación de Ampurias se inscribe en el haber y en la fase más tardía de la colonización griega, protagonizada en este caso concreto por el pueblo foceo ya desde los inicios del siglo VI a. C. Gracias a Heródoto algo sabemos de esta colonización comercial focea, que llevó por vez primera a gentes de estirpe helénica a la exploración del extremo occidente, esto es, a la rica Andalucía, precisamente allí donde los fenicios, en arriesgadas navegaciones hacia lo ignoto, habían puesto el pie desde hacía ya dos siglos. Probablemente nunca sabremos si, como quería Laura Breglia, los foceos descubrieron primero Tartessos y remontado la costa ibérica fundaron algo más tarde las factorías de Emporion y Massalia; o bien si el proceso fue a la inversa, pero para el caso poco importa, pues lo que merece la pena es constatar en el siglo VI la segura presencia física de los foceos en las costas provenzales y catalanas, y su más que probable llegada a las zonas de Huelva y Málaga, si tomamos en cuenta los abundantes hallazgos de cerámicas de precio y de ánforas comerciales del siglo VI realizados en estas dos ciudades, preciosos testimonios de un comercio basado en la explotación de lujo mediante la práctica de la emporía. Era esta última un sistema de intercambio consistente en el trueque de objetos de prestigio manufacturados -joyas, bronces, cerámicas, perfumes, tejidos, etc. - o de ciertos bienes de consumo alimentario muy apreciados, como por ejemplo el vino o el aceite de oliva, a cambio de materias primas, singularmente metales, entre los que sobresalían la plata, el estaño y el plomo, de los que el mundo oriental se hallaba escaso.
En un ambiente de exploración y de tanteo nada tiene de extraño que el primer establecimiento foceo ampuritano fuera fundado por razones de seguridad en un islote cercano a la costa, en el mismo lugar donde hoy se levanta el pueblecito de Sant Martí d'Empúries, ubicado en el extremo meridional del golfo de Roses. Fue en este punto, junto al cual desembocaba un río, el actual Fluviá, donde los foceos encontraron un refugio seguro en el que asentarse, un lugar que lo mismo les sirvió de punto de aguada, que de puerto, o de excelente cabeza de puente necesaria para poder lanzarse al descubrimiento y explotación de las costas mediterráneas peninsulares. De esta factoría ignoramos su nombre originario y sólo sabemos por el geógrafo Estrabón que más tarde, después de que los foceos hubiesen procedido, hacia el 550 a. C., a la fundación de un ensanche en la costa frontera al islote, recibía el nombre de Paleopolis, o ciudad antigua. De esta instalación fundacional poco es lo que sabemos, pues al haber pervivido sin práctica solución de continuidad la ocupación humana en este lugar, ésta ha destruido en buena parte los restos ocultos en su subsuelo; sin embargo, gracias a las excavaciones de los años 60 del siglo XX, sabemos de la existencia de materiales arqueológicos fechables en el curso del siglo VI, modestos si se quiere, pero suficientes para probar la existencia aquí de una fundación griega ya en fechas tan tempranas.
Desde el punto de vista monumental, hay que suponer que aquí debió hallarse el templo de la Artemis de Efeso, la diosa nacional de los foceos, y se puede aventurar que sus restos deben encontrarse en el subsuelo de la actual iglesia parroquial. En ese sentido, cabría la, posibilidad de que un friso jónico consistente en un par de esfinges opuestas entre sí, un gran capitel jónico hallado junto a la mencionada iglesia y algunos elementos arquitectónicos embebidos en la fábrica de la misma hubiesen pertenecido al templo arcaico antes citado.
Hacia mediados del siglo VI, una vez consolidada su presencia en la costa ampurdanesa gracias a su aceptación por parte de la población indígena, que pronto comprendió que las ventajas que traía consigo la presencia extrajera eran mayores que los inconvenientes, puesto que gracias a ella se le abría una ventana a los anchos horizontes del mundo mediterráneo, los foceos procedieron a fundar un segundo establecimiento en la costa situada al sur del islote, núcleo habitado cuyo paulatino crecimiento hasta alcanzar un nivel urbano aceptable, duró unos cien años. Así, a mediados del siglo V, más o menos hacia el momento de la transformación de la factoría en una auténtica polis -cuya vocación comercial queda atestiguada por el nombre que adopta y que figura abreviado en sus primeras monedas fraccionarias de plata, es decir, el de Emporion, que en griego significa mercado- vemos que la ciudad alcanza su primer límite meridional. Este, con posterioridad a estas fechas, aún fue retocado unas cuantas veces con el fin de mejor adecuar el espacio ocupado por sus santuarios, lo cual implicó unos coetáneos remodelados de los sucesivos frentes de muralla.
Con la única excepción de estos últimos elementos, poco es lo que sabemos aún del urbanismo y de la arquitectura doméstica del período clásico, y ello es debido a que sus restos se hallan ocultos bajo el nivel de la ciudad de época helenística, que es la que aparece ante nuestros ojos cuando visitamos Ampurias; sin embargo, recientes excavaciones han mostrado que las casas griegas no diferían en mucho de las contemporáneas ibéricas, de forma que en su construcción la tierra intervenía como material más utilizado, ya fuese bajo la forma de adobes para la elevación de los muros, que eran construidos sobre zócalos pétreos, o bien de masas de arcilla para la confección de los suelos de habitación o de los hogares.
Esta situación fue la que se mantuvo hasta fines del siglo III a. C., pues a partir de la entrada en escena de los romanos a raíz de la segunda guerra púnica, la ciudad conoció una nueva dinámica. económica y cultural que la transformó en un centro de tipo helenístico dotado de los elementos necesarios para dar respuesta a unas nuevas exigencias que su nuevo rango de emporio distribuidor del comercio itálico en la Iberia levantina y septentrional requería. A esta época corresponde la última remodelación del frente de muralla meridional, la adecuación de nuevos santuarios, la creación de un macellum y de un agora con stoa, la construcción de una escollera para proteger el frente marítimo de la ciudad, así como la adaptación de las viviendas autóctonas a los esquemas propios de la casa itálica contemporánea y la introducción de los programas decorativos inherentes a la misma.